sábado, 3 de diciembre de 2011

epopeya

Túnica de nublos estirados es el reino celestial hoy, estratos de algodón, gasa de bóveda marmórea y diamante, designios del hacedor. A punto de lluvia perenne, sempiterna.
Los nimbos están mansos, dúctil todo por debajo, sondeando cada calleja como un cíclope omnipotente a la espera de una ráfaga temporal, sonriendo éste a su vez desde su altivez, por haber atrapado al sol detrás de sus bambalinas.
Un guijarro maquillado con una mariposa azul preciosa entre flores proscritas en mi escritorio, una cyborg mirando de reojo desde el tablero de dibujo, dos montones de folios inmaculados, el reflejo de una planta exótica en mi espejo, peluches enredando con infantes elfos, nereidas retozando en el lecho de Neptuno, sirenas varadas en su pecho, Mandolino, mimoso,  dormitando en mi lecho…
Chisporrotea en exceso, mientras fumo a la hoguera de un goblin travieso, el café placentero me ha regalado un enano a cambio de un verso. Cánticos de cristal vibrante…
Los húsares hoy enhebran la claridad por un filtro níveo de ribetes azulinos, y trasiego de trasgos en mis pinceles. Piafan los corceles.  Discurren, espesos, sus donceles como en un tapiz valiente. Una andanada de dragones rubí excelente les espera en el pasillo escarlata. Habrá cruenta pugna en el dosel. Las miríadas de insectos en el dintel ya lo auguran.
La ofensa en las simas, el desacato en los nimbos y la intemperancia pueden jugar una mala pasada, junto al viento céfiro y al claror de nácar.

Oquedad magenta de bestiario infantil desplegable. Realidad impuesta de lo deseable. Bisoños seres vivientes somos. Subrepticiamente, me escabullo con verbigracia del mundo de la magia.
Vetas azul turquesa de ópalo sobre mi escritorio, áloe, incienso, dos cuadros, un verso…