Escapada
a la aldea de mi abuela, sentado frente al grabado, azuzo la chimenea, que
pugna contra el frío de afuera. Es de noche en el monte y el tiempo hiela. Pero
dentro, el calor del hogar, los cuadros, casi todo artesanal, el arco que da al
salón en la pared del mural, curiosos utensilios añosos… ¡Chimenea, chimenea!
¡Que la llama se menea! Otro fardo de leña… Y renace, y se eleva. Llamas
bravas, verdes, azules y ámbar, ¡por otro capazo de leña!, mil diablillos
danzando, apareciendo y desapareciendo, sobre el tronco incandescente que se
deshace en brasas rojas, granas y naranjas, gemas de luz casi cegadoras,
arrecifes de coral de nácar, ¡chimenea, chimenea! ¡que la llama se menea!, y
crea placas de fuego desmoronando en fruto la dura madera, potente chimenea.
¡Otro fardo de leña! ¡que la llama se menea! Y su fragor se transforma en
estrellas fugaces contra el cristal
achispado, grietas volcánicas, transparencias violáceas, cometas amarillos,
espermatozoos…