domingo, 4 de diciembre de 2011

Victoria

El domingo azula la jornada de un día apacible, idóneo para sestear. El mal tiempo se marchó con los ogros viles, para dejar una alfombra florida de rosas en la moqueta minimalista de mi buhardilla. Retoza Mandolino en mi cama al calor del brasero, mientras los rayos del sol entran por mi ventana. La estela blanca de algún avión se dibuja en el inmenso lienzo azul claro del cielo de cartulina.
Vuelven ya victoriosos de la hazaña mis seres mágicos, siendo recibidos con cánticos y coronas de flores de mil colores, laureles, gloria, bayaderas… Es ahora cuando los más sabios escuchan y forjan las leyendas. Todos celebran la gesta entre púrpura y argenta. Es día de fiesta, mis vitrinas tiemblan al son de tambores alegres y fastuosos recibimientos de otros seres.
Llegan con ofrendas para recibir los cumplidos máximos del mundo feérico.
Mi tablero de dibujo se envuelve de dicha cuando recibo un maletín de bellas artes artista. No me extenderé más en sus proezas, a menos que el arte las merezca, o que una paladín abierta de piernas me requiera. Antorchas verdeoro por doquiera.
Tornando al plano literario, queridos lectores, ayer, revisando mi librería, me encontré con una perlita, El caminante, de Herman Hesse (uno de mis escritores preferidos, como sabéis), autor de Siddhartha, el lobo estepario, etc. Es un librito pequeño, de fácil lectura, poético y muy humano, decorado con acuarelas del mismo autor, y precede a sus grandes obras maestras. Me estoy releyendo una antología poética de JuanRamón y, por enésima vez, Platero y yo. Todos ellos tienen una belleza y una sencillez inefables.
Los entes extraordinarios de mi buhardilla descansan ahora, después de la gran orgía.



Enciendo incienso oriental a la caída de la tarde, luengas nubes cárdenas en la raya del horizonte suspiran ya a la noche, unas trazas cortan de naranja el limbo, que se va apagando inmenso como el suspiro tras el verso.
Soy caminante en las nubes del sueño etéreo, que se despiden del día a lo lejos… Caballero con las damas de mi consuelo, peregrino del libro que no encuentro, aquellas de grana me colman a besos. Y a las que falten, ya sé que son hadas bañándose en mi tintero, de palabras hoy pleno.
Son ninfas las protectoras de mis desvelos, sibilas las que componen mis libros maltrechos, duendes quienes no merecen mi aprecio y elfos mis compañeros.
La cartulina negra silueta en blanco los bordes altos de los edificios, las fábricas abandonadas a su suerte, los guiños de las ventanas en torrente, yerma noche y ausente.
Oriente de incienso, corriente de peces amarillos, turquesa, rayados, manchados, anaranjados… Aros de agua artificial desde el anaquel, composiciones de cantautores, rimas por las esquinas, cúmulos de libros, raudal de sabiduría...
Un molinillo de agua en miniatura, cuelga el atrapasueños, los cactus al lado de la torre ya van creciendo…
El farolillo junto al plasma me pide calma, cuando sabe que estoy en verso… Detalles infantiles cercano a navideño, la impresora no me va, vaya cabreo, Mandolino en su recreo, ya he regado la planta del espejo. Sólo falta pasar el plumero.

“Todos expresamos el mismo ideal, lo que ocurre es que no sabemos escucharnos” el búho despierto.