Despierto
con Vivaldi… Corro la cortina y aún es de día, tan tarde, el cielo arde, el
astro rey baña por completo la ciudad, que se diría inundada de oro puramente
líquido…Estampa brillosa inefable, creada quizá sólo para la contemplación.
La
gran bola de fuego refleja sus potentes rayos sobre una gárgola bruñida que
vela mis trastos, y ésta me muestra en verso ya la puesta.
Ya
se apaga el día y los grillos tararean las elegías, tapa levemente el Sol la
cortina, haciendo de él un ente que se disipa… Y el cielo parece agua de
diamante que engarzara los jardines del mundo, con sus vastas nubes ribeteadas
de vetas de luz cegadora… No creo que haya habido otro momento del día con más
potencia de luz que este último suspiro del Sol antes de expirar en la lejanía.
Ahora
es un Océano inmenso y enormes ballenas por nubes añil flotan a lo lejos…
Entretanto, mi abuela resolviendo sus tareas y yo afanado en el tintero. El
bosque camaleón bullendo y el farolillo enciendo, se muestra el mundo a mi
alrededor, la liana de ovoides translúcidos cristalinos que cuelga de mi
vitrina de libros, la rana de plastilina con el puro en el anaquel más oscuro,
las deidades de plata haciendo yoga alrededor de un caleidoscopio escarlata…
pero vuelvo a la ventana, para poder contemplar la cotidiana escena de fuegos
artificiales que supone encenderse las ventanitas en todos los hogares.