Hoy
los silfos se agolpan contra mi ventana mientras el poniente hace hervir de
dolor toda la ciudad. Sólo el café frío me deja pensar por un instante en las
elegías de mis asuntos en la buhardilla. Debo de llevar un mes sin plumear, me
noto frugal. Como un vampiro dispuesto a continuar, recién sacado del ataúd
frente a la cruz plata de un monaguillo, casi sin ritmo ni estilo.
A falta de prosa, os
dejo una poesía salvadora:
El
sepelio del duende rosa
En el sepelio
de los duendes rosa
Hoy el desfile de
botines lila es su antojo
Dormitan ya reyes
y dioses bajo antiguas fosas
Que ni siquiera
las lombrices miran ahora de reojo
De noche, el
bosque de luciérnagas es pleno y hermoso
El valle del
pueblo verde prefiere brindar al duende
Pues él era sabio
y bueno… Y, entre sus obras,
En vez de lloros,
hizo prometer a todos un gran alborozo.
Una gran lluvia
de estrellas derrama de adornos
El estaque, sobre
el que alegran más de mil cisnes
Y allá, en el
cerro, algunos lobos con decoro…
Almas de piano
hacen de aquel silbido violines
Para embrujar el
hechizo de un gran gorro:
El del duende…