Hojeo un Bestiario que me he comprado mientras escucho al susodicho. El Sol de la mañana es frío y sucio como el color de las almas perdidas. No hay casi ruido, podré terminarme algún libro antes de caer en brazos de Morfeo.
Para los escritores, nuestros libros publicados son como nuestros hijos, con sus virtudes y sus defectos.
Mi especialidad, según dan fe mis lectores, es el relato corto de terror y, por supuesto, la poesía. Aprovecho para indicar que mi último libro está aquí:
Sentenciado
Noté que me venía siguiendo desde la rotonda. Parecía un hombre calvo, bien trajeado, de complexión atlética y con las manos escondidas en los bolsillos; yo apresuraba la marcha mientras él cruzaba con recelo cada esquina, persiguiendo torturante mis pisadas. ¿Quién sería y por qué a mí? El corazón se me aceleraba a cada paso; no había una sola alma en la callejuela hacia mi casa y comenzaba a chisporrotear en una noche negra de verdad.
La estrecha y gris acera parecía interminable. Yo jadeaba y empalidecía de terror. De repente, al mirar de refilón tras de mí, ¡cual fue mi horror!, cuando impactado y pasmado vi entrar a un enano al callejón. Tropecé en tal trance y caí al suelo espantado, mientras observaba como éste rebufaba y hacía toda clase de muecas grotescas y signos satánicos.
Me levante torpemente y corrí horrorizado mientras esperaba un desenlace fatal de origen desconocido. Ambos ya habían empezado de correr a toda velocidad.
El hombre calvo se lanzó contra mí con nervio y comenzamos a forcejear. Entretanto le di una potente patada al enano, que se estrelló contra el muro. Casi inconsciente por los puñetazos del calvo, recordé el abrecartas de mi bolsillo y, realmente sin saber cómo, lo abrí velozmente y le segué el cuello ¡Por Dios, que conmoción! Instante que aprovechó el enano para recobrar sus energías y saltar cual animal enfurecido sobre mí. Pero lo agarré por ambos brazos y lo levanté, con mis ropas ensangrentadas, dispuesto a todo.
Suplicó, o creí que lo hacía, cuando empuñé mi arma haciendo rozar el filo contra su garganta. Entonces me detuve a pensar dentro de todo el caos de la propia situación, pero quedé espeluznado en el momento mismo en el que de la boca del enano salía la ahogada palabra: Papá...
Me dio un vértigo y en ese instante desperté: Mi hija de dos años salvaba su vida, despertándome de mi sonambulismo, mientras el horror de mi mujer degollada por mis propias manos se cernía cubierto de sangre a la izquierda del dormitorio.