Noche
de cena con los amigos, brebaje de primavera designios, intercambio de
pareceres y de cigarros mentolados, afrutados, racimos de perroflautas por las
fuentes, duendes de pantalones colgando, algunas brujas en vaqueros y chupas de
cuero, varios magos más bien abrigados…
Al
claror digital de la diana, los unos juegan a ser arqueros, se han cambiado el
color del pelo los dueños, los otros bailan rock en el Averno, mientras yo
charlo con Alberto (que se le antoja vodca rojo en copa).
Gajo
de naranja, espejo de luna, que portas fragancias sin dejarte ni una, perfuma
tus broches y runas, que hacen de cada fémina una duda. El frescor de la plaza,
la respiración profunda de unas gotas de mujer pantera, la hermana gemela de la
chica de la flor, y una tercera en versión años treinta de excesivos labios
rojos, corre el humo de un amigote, y bajo la luz de la luna da su serenata la escandalosa
tuna.
Ya
en casa, musiquillas en flor de los cielos noctívagos, a ritmos de saxofón vuelan
los murciélagos, una opereta de bermellón escarabajos, flores de coral y aguas
de rocío, cristalino y plata el río, esporas refulgentes por sus afluentes, y
ya va haciendo menos frío, piernas de hadas escalan los duendes, en sicalíptico
desafío. Brillos rojos, como puntitos en los ojos de los quirópteros, llamean
en la noche espesa, encarnada y con pocas estrellas, brillan las polillas
alrededor de los rótulos de neón, alumbrando a las más bellas damas desde el
retrovisor, de ciudad el jardín de un acuario, ingrávido en su interior.