domingo, 12 de febrero de 2012

Luna llena

Noche de dicha entre mis amigos y la risa, conversaciones blancas, muescas caricaturescas en las caras, y de farola la excelsa luna llena.
Estoy pintando cuadros al estilo de una viñeta de aquellos antiguos tebeos de “Manolo e Irene” pero en grande, con lo cual me puedo recrear en pequeños y graciosos detalles. Son eróticos. Y, a duras penas, termino el del cyborg encapuchado. Deben de haber sido los dragones, tengo un dolor de riñones.
Luna llena, hija de Vesta, nívea esfera que al cénit deslumbras, plena luna, perla que de blanco alumbra, silueta siniestra, hija de Vesta, redonda allá en tus alturas, ¿quién no te mira, quien no te besa en tu blandura, en tus bellas dehesas, dotadas de hermosura, delicadeza?, misterios de la destreza, fugaz destino de los poetas. ¡Ay, Luna llena!
Libélulas azul y azabache alrededor del farol, libros nuevos en el interior, un colibrí junto a mi pisapapeles de Dalí, el retrato con mi hermano… ¡Ahora que recuerdo! Tengo cita con Pitia, a razón del oráculo de Delfos. Es el miércoles, aún tengo tiempo.

Los siete velos del amanecer azulan una larguísima nube mansa, los puntitos ambarinos de las ventanas comienzan a florecer, aún en penumbra, notas en verso, del alba preso. Calor en las espinillas dentro de mi buhardilla. Una gaviota sobrevuela el campo de antenas. La nube queda e impertérrita, mientras se torna rosáceo el horizonte. Se funde en púrpura y brotan bandadas de aves tornasoladas. Rosetón de algodón divino, pajarillos de platino, que su trinar adivino. Cientos de estrellas refulgentes doran la enorme masa urbana.