domingo, 11 de diciembre de 2011

Luna

Luna admirada en el espejo de plata de una charca, flases de neón contra el húmedo asfalto, runa escarlata de cien designios del alba, que adorna el rumor tierno de los neonatos. Puntos de oro, ojos de peluche, colores de óleo que no caben en mi estuche. Rimas de guirnaldas ingrávidas, rojigualdas esferas y cintas, que miman al que mira la madrugada.
Una orquídea bella de grana se posa sobre el cetro de caoba, es hada o mariposa, o las dos cosas, en su trazado de pájaros del suceder, espectro púrpura que al verso escapa, adelfa aurora que ha de volver.
Y sobresaltan, innúmeras, pompas brillantes de la saca de papá Noel. Son los nenúfares de magma y vidrio que el cielo, luctuoso, ha vuelto a enlutecer.
Arrecife de libros en mi estudio, caballito de mar, excelso pez… ¡colorea de todo los limbos, imán fucsia de la niñez!
Luna entre brumas, vaporosa luna llena, abierta y expectante, divina en las alturas, luna, manchada de diamante, ojo blanco, radiante entre nublado, luna cortada en dos gemas infinitas, luna nueva de perlitas, luna plena, cíclope azul.

Domingo de hastío, último día de la semana, con poco sobrevivo, cual si fuese un samana. Racimo de uvas moradas en las manos de ramas, en el árbol cerezas escarlata, reloj de cuco, molinillo de agua, un ratón que predice el tiempo sobre el libro secreto de Paracelso, tintes vegetales, calor de hogar, cuaderno de versos…
Libros de siglos pasados, sobre un nido setas de ámbar, níveos nenúfares claros cayendo en lluvia sobre el agua, un conejo saltarín de madera de cedro rojo, dos niños gnomos jugando al anillo de Mobius… cerca de mis cómics de Moebius, al amparo de las ninfas de mis deseos, dulces sibilas acarician el arpa.
Tararean guturales los infantes, mientras enfría el café, los retoños de dulces colgantes animan mi exultante fe. Y viene en un trino el mimoso Mandolino, al calor de la caldera que me ha preparado una maga elfa. Allá, cerca del plasma, rezuman pura esmeralda las nereidas, y la melodía del arpa se cuela en mis venas, como soul bendecido de perlas. Enciendo el farolillo para hacer la estampa más amena, mientras pulsan el arpa y los violines más elfas…
Dentro de mi buhardilla, nadie diría que la noche es negra, como una roca abisal, oscura como las manchas lunares, amarilla y negra igual que la prensa, en luz de oro de cristal todos los hogares. En el mío las filigranas inundan las estancias, con adornos de plata y diamantes, surgiendo navideños hologramas en cualquier parte. Descansan los renos encima de blade runner, se turnan los elfos a pasear por los parajes, filosofan paladines en los jardines, y ahora la música es un clamor de fantasía en oleaje.
El incienso exhala suspiros y versos, volando denso por los aires, mientras vierten besos los lirios atigrados y caen pesados de rocío los pétalos de los rosales.
Rotulan náyades la aurora, mientras mantengo encerrado al boggart. Él sale de madrugada para echarse al aire varias canas. Conoce a las hadas que no portan bragas y, cuando hablamos de agujeros negros, se refiere a las novias de los elfos, duende de baba y saliva, un día copuló hasta con una sibila. Sólo le gusta el sexo y contrariar a mojigatas, siempre lo hace a pelo y a ser posible con varias. Por eso, en más de una ocasión, nos hemos perdido bajo unas faldas.