sábado, 17 de diciembre de 2011

Mandolino

Mandolino me despierta en la tarde densa, cansado ya de la siesta. Mundo de mundos, con su presencia. Blanco dorado de sol es su mirada tierna. Alimento las notas cárdenas del acuario con un tarareo, y Lesbos, desde el cuadro, me besa. Nada de tele cuando hay nata y fresa.
Ni sol, ni luna ni estrellas me interesan, sólo su esencia, albor, bruma, estelas, el todo hecho cristal de agua de fresa, la luna como ninguna con su omnipresencia, y el sol, cuando lo veo, cómo diría, es Dios hecho poesía.
Cristal líquido de menta, noche persa, vergeles, vírgenes tras biombos violáceos transparentes, danzas de oriente, paroxismo de los sentidos, diamantes de la mente.
Retozo de hadas azulinas, morada mía, de serpentina ninfas y ondas de estanque en el mármol rosa, nereidas nadando desnudas, bajo árboles de mariposas perdidas que se esconden tras las dunas. Alas de puro zafiro, medias de metal pulido, carmín eléctrico a la luz de la luna que las escucha… Paladín herido por Cupido, amante mente hacia el infinito.
Ballet de hadas ámbar, pistilos de néctar dulce y cristalino, pétalos de iris al rocío en abanico. Licor de dioses entre el lino. Ojos de almendra, Mandolino, delicado y fino.
Arrecifes de coral, canto de cisnes, aroma de oriente, ponientes formas perfumando las lides, fragantes olas de sur, bienolientes, norte como un tul, de esencias hasta el oeste. Fragmentos holográficos de la rosa de los vientos.

Silencio de sepulcro abierto y maullar de gatos, gasa violada cubriendo el cielo yermo, satélites dentro de aros, noche eterna de los bichos raros… El fosfórico pez del acuario, figura de bronce, memoria de algún antepasado, vuela y caracolea templando suavemente las liras de su legado. Abocado a la fantasía sueña burbujas de un día, pompas plenas de acacias, vidrieras líquidas…

Estrellas naranjas, puntitos brillantes como rubíes en petróleo, fosforescentes y lejanos, pétalos fucsia ante los albores de un cielo azulado, mar de cielo en óleo. Miríadas de aves grises argentan el firmamento. Platean ventanas a más claror, y en lontananza, la media yema del sol, irradiando color por doquier, haciendo de la materia su poder ver, y en órbita a la Tierra un nuevo amanecer.
Una gaviota dibuja vetas blancas en el mármol del cielo, presurosa y esbelta a la vez, pasa de nuevo, nimbos luengos se ven, más pajarillos sobrevuelan en tropel, dentro de un limbo como un pez, claros y etéreos estanques de la niñez, a lomos de un kelpie corcel… Vuelo con ellos también.