Por mi amuleto nepalí,
que debo hacer un ikebana fantástico;
en su centro un buen rubí,
y orlado de adornos neo-clásicos.
Al nadir, por tres brujas será bendecido,
y ululará una lechuza a su paso,
todas mis pulseras preciosas desenterrando,
para que en un gran ikigai sea fundido.
Las velas serán el embrujo,
la vida vivirá en pulso,
y bajo los astros del cielo,
las noches soñarán lustros.
Y así el mundo tendrá sentido;
sentido las almas de la Tierra.
Vívidas todas las cosas con y sin latido.
Y el tiempo verá feliz el paso de las
Eras.
Ikigai es un término de origen japonés que
no tiene traducción exacta al español, aunque se le atribuye un significado
sumamente especial: "tener una razón para vivir". Es un vocablo que
utilizan los habitantes de la isla de Okinawa cuando quieren referirse a "
aquello que hace que la vida valga la pena, lo que nos hace despertar cada
mañana... el motivo de vivir". Sus pobladores se cuentan entre los más
longevos del planeta: viven más de cien años con buena salud y en plenitud.